El ossobuco, que significa literalmente "hueso hueco", es una pieza de carne redonda: una rodaja de la pata de la ternera que conserva el hueso y su tuétano en el centro y rodeada de la fascia tendinosa, lo que permite que conserve la forma durante la cocción.
Esta carne una vez cocinada resulta melosa, tierna y muy sabrosa, y tiene el valor añadido del tuétano, una pequeña delicia muy valorada por los amantes de este plato, y que se puede tomar por separado untado en pan.
La gremolata es un picado muy fino de ralladura de limón, ajo y hierbas aromáticas. Es el broche de oro del plato, ya que los intensos aromas de esta mezcla se integran perfectamente en el plato, otorgándole su fragancia y sabor característicos. Se puede incorporar poco antes del final de la cocción o servir sobre el guiso ya terminado. A nosotros nos gusta más la primera opción, ya que el resultado es más sutil y, sin perder su personalidad, no sobresale tanto entre el resto de ingredientes.
Esta elaboración contiene una gran cantidad de elementos aromáticos y potentes sabores, pero combinados con tal perfección que cada uno va sumando su valor al conjunto sin eclipsar al resto. El resultado es un plato contundente y a la vez complejo, sutil y lleno de matices.
En esta ocasión, en vez de la presentación tradicional acompañado de risotto, hemos optado por un riquísimo puré de patatas y azafrán, que combina maravillosamente con la carne y le aporta suavidad y delicadeza al plato.