En busca de los paisajes y sabores de "La Isla Mínima"

lunes, febrero 09, 2015

Tal y como se esperaba, diez premios Goya han confirmado a La Isla Mínima, del sevillano Alberto Rodríguez, como la mejor película española de 2014.


Corre el año 1980, en un recóndito pueblo de las Marismas del Guadalquivir, dos hermanas adolescentes desaparecen durante las fiestas. Para investigar lo ocurrido, dos policías son enviados por catigo desde Madrid, uno de ellos, ferviente defensor de la democracia y sus principios, el otro, más habituado a los métodos del régimen anterior.

Independientemente del desarrollo argumental que no desvelaré, la ambientación tiene una importancia fundamental en la película. Un paisaje rural de extraña belleza, por momentos agobiante y opresivo, acaba por convertirse en uno de los elementos esenciales de la historia.

Lo que quizás mucha gente no sepa es que Isla Mínima no es un paisaje ficticio creado para este thriller, Isla Mínima existe. En mi juventud, acudía allí frecuentemente a disfrutar de su riqueza ornitológica y a perderme por esos interminables caminos que conducen a las inmediaciones del Parque Nacional de Doñana.

El día en que la Academia del Cine reconoció la calidad de esta producción, yo lo dediqué a redescubrir este paisaje extraño y maravilloso en busca de colores y sabores que tenía casi olvidados.




LAS MARISMAS DEL BAJO GUADALQUIVIR

Esta extensa comarca sevillana es la que sirve de escenario a la película. Las marismas, en la antigüedad eran un inmenso lago, el Lacus Ligustinus, que cubría una amplia zona de las provincias de Cádiz, Huelva y Sevilla en la desembocadura del río Guadalquivir. Con el paso del tiempo, esa masa de agua se fue reduciendo hasta desaparecer, dejando a la vista una inmensa extensión de terreno plano a ambos lados del río.


La abundancia de sedimentos muy finos confiere al terreno unas condiciones singulares. Es prácticamente impermeable, por lo que se encharca con facilidad y no es apto para casi ningún tipo de cultivo.

En los años 20 del siglo pasado se empezó a contemplar la posibilidad de cultivar arroz en la zona, ya que, con una adecuada regulación de los aportes de agua desde el río, esa inmensa llanura se podía parcelar e inundar para albergar desde mayo a octubre este cultivo.

En seguida, conocedores de las técnicas de cultivo, empezaron a acudir familias enteras desde Valencia para asentarse en esta nueva zona productora, además, desde el régimen franquista, se apoyó esta nueva explotación agrícola con la fundación, en 1950, de dos pueblos de colonos en los que se facilitaba el asentamiento de aquellos que quisieran dedicarse al cultivo del arroz. Uno de estos pueblos, Villafranco del Guadalquivir, que en la actualidad se llama Isla Mayor, es uno de los escenarios principales de la película.

Hoy en día, esta zona produce el 40% del arroz de España, prácticamente todo se comercializaba fuera de Andalucía, hasta que hace pocos años surgió, de la Cooperativa Arrozúa, la iniciativa de envasar y distribuir el arroz en la misma zona, bajo la denominación de Arroces Doña Ana.


Además del arroz, en pueblos como Isla Mayor, el único sector productivo es el cangrejo de río, un animal que vive a expensas de los arrozales. Es por tanto, una zona donde prima la economía de subsistencia; una zona rural aislada, camino de ningún sitio (la carretera termina en Isla Mayor y a partir de ahí todo son caminos de tierra), quizás esto justifique las peculiaridades y las costumbres que vemos en la película, así como el anhelo que muestran los personajes más jóvenes por salir de allí lo antes posible.


EL BARCO DE CORIA

Pero nuestro viaje no comienza en Isla Mayor, no podemos ignorar que esta comarca tiene una columna vertebral que es el río Guadalquivir, que aparece en la película como un lugar controlado por pequeñas mafias del narcotráfico (algo que quizás no difiera tanto de la realidad).

El padre de las niñas desaparecidas, interpretado por Antonio de la Torre, trabaja como barquero, pasando coches de un lado al otro del río. Cualquiera pensaría que a estas alturas del siglo XXI, el barco sería solo recuerdo, pero sin embargo...


...El barco aún existe y además tiene su público, no se sabe si será por los 30 km por carretera que te ahorras o porque por 1,10€ por cabeza y otro tanto por el coche, te ofrece en tres minutos de travesía, unas perspectivas únicas del Guadalquivir que a estas alturas es tan ancho y profundo que permite incluso el paso de barcos de contenedores camino del puerto de Sevilla.


Como no hemos salido temprano y nos espera un buen paseo por la marisma antes de comer, decidimos hacer una parada y tomar un aperitivo en Coria del Río, para ir descubriendo algunos de los tesoros gastronómicos que guarda esta comarca.

Nos sentamos en la terraza de la Bodega Rocina, en primer lugar nos decidimos por probar pescado del Guadalquivir en adobo. En concreto se trataba de barbo que, al parecer, se pesca artesanalmente un poco más río abajo. La fritura es perfecta, crujiente por fuera pero jugosa por dentro, el adobo tiene carácter pero no es agresivo, lo que lo convierte en un bocado realmente delicioso.


Para completar el "estudio", nos dejamos aconsejar por el camarero, y éste nos sugirió que probáramos los torteritos o tortelitos, una especialidad de la localidad consistente en asaduras de albur fritas. Los albures son los peces más abundantes en la zona, y en algunas épocas del año se pueden degustar en casi todo los bares y tabernas de la comarca.

Era una apuesta más arriesgada, pero lo cierto es que resultó un bocado curioso y delicioso. Incluía dos tipos de piezas, unas blandas y de sabor fuerte (muy sabrosas) y otras circulares con una consistencia parecida al calamar que resultaban ricas pero un poco extrañas (en boca, jeje).



CAMINO DE LAS MARISMAS

Continuamos nuestra ruta en busca de las marismas. Salimos de Coria, y atravesamos Puebla del Río, El paisaje cambia poco a poco, a nuestra izquierda empezamos a ver inmensas llanuras, secas en esta época del año, mientras que a la derecha nos saludan decenas de nidos de cigüeña desde las copas de los pinos.

Una de las peculiaridades de este paisaje es que cambia radicalmente dependiendo de la época del año, hasta un punto, que parece que estás en otro lugar totalmente distinto. En invierno, las balsas están desecadas, sólo el agua de la lluvia las humedece y el fango se agrieta ofreciendo un paisaje desolador pero extrañamente bello. En primavera, cuando se siembra el arroz, el agua brilla por todas partes y el paisaje cambia por completo, porque ahora es el reflejo del cielo lo que predomina. En verano, el calor es sofocante y el verdor del arroz llena el paisaje. Cuando se recolecta el arroz, el ciclo vuelve a empezar.


Tras un brusco giro a la izquierda, enfilamos la carretera que nos lleva a Isla Mayor. A ambos lados de la misma, la monotonía del paisaje marismeño. Una inmensa variedad de aves jalonan nuestro paso; garzas, garcillas, todo tipo de patos, moritos, cormoranes o espátulas se observan dispersos por el inmenso paisaje, del que apenas se acierta a distinguir el horizonte.


Llegamos a Isla Mayor, y seguimos las indicaciones que llevan a la Isla Mínima. Al acabar el pueblo, también termina la carretera y comienza la marisma pura. Infinitos caminos elevados, bordeados de pequeños canales, que en realidad no son más que las líneas de separación de las inmensas balsas de los arrozales. El canal principal de agua cruza el paisaje como una gran arteria y ofrece sorprendentes imágenes.


El paisaje es tremendo, desolado y opresivo, pero a la vez incomprensiblemente atractivo. Cientos de hectáreas de barro agrietado, rectas sin fin y construcciones ruinosas que salpican el paisaje aquí y allá, nos inspiran decadencia, pero este paisaje moribundo se vuelve fertil cuando llega la primavera y el agua y la vida inundan todo lo que se ve.


El magnetismo de este lugar es muy difícil de explicar en cuatro fotos, lo que se, es que todo el que viene acaba regresando...


COMER EN ISLA MÍNIMA

Tras nuestro precioso paseo por la marisma, llega el momento de continuar nuestra descubierta gastronómica. El lugar elegido es el restaurante El Estero en Isla Mayor. No es un restaurante fino, la decoración es más bien horterita, pero la carta está llena de platos sencillos y sabrosos elaborados con producto local.

Nada más entrar al local, una pared repleta nos muestra toda una galería de personajes ilustres que lo han visitado; políticos, banqueros, actores, toreros, por algo será. Me llama la atención que en el centro de la pared en medio de los retratos de Javier Arenas y Mario Conde aparece la foto del dueño del local con Raúl Arévalo y Javier Gutiérrez, los actores que encarnan a los dos policías en "La Isla Mínima", que en algún momento también pasaron por aquí.


La oferta de entrantes es grande, pero nos decidimos, una vez más, por el producto local y pedimos huevos rotos con colas de cangrejo de río fritas sobre ensalada de pimiento asado y tomate. El cangrejo de río es más bien insulso, pero la combinación de la fritura crujiente con el huevo y unos vegetales aliñados con mucho acierto hacen de este plato (o de la versión con camarones fritos) una elección más que recomendable.


Como plato principal optamos por la especialidad de la casa, arroz con pato salvaje, una apuesta segura. El guiso se presenta en cazuela de barro que aún borbotea y aunque viene algo excesivo de caldo, en cuando el camarero abre la tapa un delicioso olor lo inunda todo. El arroz es espectacular, con un sabor potente y especiado que casi había olvidado, pero que me recuerda cuál era una de las razones por las que venía tanto por aquí en el pasado.



NOS VAMOS, PERO VOLVEREMOS

Llega el momento de regresar, la tarde va cayendo y no desperdiciamos la oportunidad de echar un último vistazo a la marisma.


A nuestra izquierda, el sol pinta de luz la marisma; a nuestra izquierda, alza el vuelo una bandada de flamencos mientras una garza solitaria escudriña el horizonte.

Volveremos, seguro, y lo haremos con la ilusión del que visita un sitio nuevo porque la marisma tiene esa rara virtud de ser siempre la misma pero a la vez, distinta.




También te gustará

10 Comentarios

  1. Impresionante reportaje, Javi. Está pidiendo a gritos una segunda parte en primavera-verano para que los amigos del blog vean la diferencia, y degustar otras delicias de la marisma

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues si, ya lo tenía en la cabeza, ahora, la próxima vez os venís conmigo.

      Eliminar
  2. Me ha encantado leer tu reportaje. No conocía el sitio y pensaba que el título de "La isla mínima" se debía a la película. Me parece un paraje de lo más interesante, así como todo lo que cuentas. Y esos platos... qué ricos!!!
    besos

    ResponderEliminar
  3. La pena que me da que tu reportaje no se pueda oler ni comer. Yo el cangrejo ni lo puedo ver, porque de pequeño comía el autóctono y ni de lejos sabe igual. Lo unico que me hace verlo distinto es una entrada de "el grumete del Beagle" en la que se ven restos de cangrejo rojo que sustentan a nutrias en Aragón. ¿No está protegido el barbo?

    ResponderEliminar
  4. Una maravilla, felicidades!

    ResponderEliminar
  5. Gracias. He disfrutado con la excursión de tu narración omnisciente. Tal como los has descrito, he llegado a percibir de alguna manera esos sabores diferentes, y no agresivos pero con carácter. Los olores no tanto, quizás con una segunda lectura. Sigue sorprendiéndome, gracias.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. es un sitio mágico que hay que visitar si uno pasa una temporada por la zona. Un saludo

      Eliminar
  6. Wuau... he entrado para echar un vistazo y me ha encantado como has televisado el reportaje... hasta se me ha hecho corto. Yo conozco la zona por la parte de Pilas, Villamanrique de la Condesa y Doñana... es decir, la otra orilla y ese laberinto de carreteras rectas y estrechas cruces y stops en mitad de la nada con un horizonte que se pierde por los cuatro costados y caballos salvajes nadando y comiendo entre las marismas entre bandadas de flamencos, garzas... soy de Sevilla y he ido mucho por esa zona pero desconozco la que has puesto en tu reportaje genial.

    Aleix

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Todo el entorno del parque de Doñana tiene muchísimos lugares escondidos para disfrutar de la naturaleza. Éste está especialmente escondido, pero para mi es una visita imprescindible. En primavera, volveré para la segunda parte.

      Eliminar

Si tienes algo que comentar hazlo libremente, eso si, se respetuoso, especialmente con los usuarios de este blog.
Sería bueno que te identificaras, es muy fácil, escribe tu comentario y en el desplegable ve a la opción nobre/url, elige el nombre que te guste y deja la casilla url en blanco...

Subscribe